MEMORIAS DEL ÁRTICO: MI VIDA CON LOS INUIT. JAMES HOUSTON.
Alba Editorial. 2000.
Hola, amigos/as.
Vuelvo por aquí después de más
días de los que suelo emplear en leer un libro. Pero es que he estado liada con
mil cosas, entre ellas un amigurumi, con el cual sigo, por cierto. Después de
esta lectura me tengo que poner con otra que es lectura conjunta y la verdad,
no me dan las horas para más.
Pero dejando a un lado
vicisitudes que no vienen al caso, este libro me trae buenos recuerdos. Y os
preguntaréis por qué. Me explico: si me trae buenos
recuerdos es que ya he tenido relación con él en otro momento. Efectivamente.
Es la segunda vez que lo leo, aunque esta vez por hobby y no por obligaciones
académicas.
Los buenos recuerdos me vienen
porque fue un libro que leí para hacer un trabajo de Bases antropológicas de la
personalidad mientras estudiaba Psicología en la universidad. De ahí que me
recuerde a esos tiempos de jolgorio y pocas preocupaciones.
Una tarde de este octubre se me vino a
la mente ese momento y a su vez, recordé esta lectura, y, aun tratándose de más
o menos una imposición externa, lo cierto es que me encantó. Es verdad que yo
misma lo elegí para el trabajo, pues las restricciones para elegir un libro y
exponerlo no eran muchas.
Así que decidí embarcarme de
nuevo en esta aventura y me he atrevido incluso a releer partes de aquel trabajo
que realicé con la expectativa de aprobar.
Este libro puede considerarse
como una especie de etnografía, es decir, una narración en la cual se exponen
la cultura y costumbres de los inuit (que significa "pueblo"). Y es
que, a pesar de no ser un antropólogo en sentido estricto y de centrarse
en el arte, el autor ha intentado señalar todos los rasgos significativos de la
cultura inuit: costumbres, lenguaje, organización social, medios de
subsistencia, ideología…
A lo largo de sus páginas,
encontraremos descripciones de los paisajes del Ártico, donde se alcanzan
temperaturas de treinta o cuarenta grados bajo cero. O los animales que pululan
por sus tierras como los gansos de nieve; las morsas, a las cuales
llaman aivait; caribúes; perdices nivales; truchas; gaviotas; osos; focas;
perros…
Acerca de los inuit como
pueblo, su organización económica y familiar es muy simple, puesto que sus
campamentos están compuestos por familias nómadas de cazadores, que se
mueven con los animales, es decir, según emigran los animales, así harán los
inuit para estar provistos de recursos alimentarios. Los materiales
principales utilizados tanto para ropa como para las tiendas son diversas
pieles: de foca, de oso y de caribú.
Es significativo el hecho de que
en estas tierras existiera la Compañía de la bahía de Hudson o la de Baffin,
que como órgano representante del gobierno canadiense se encargaba de fomentar
el comercio y de garantizar la supervivencia de los integrantes de estas
comunidades. Además, una asignación familiar concedida por el gobierno de
Canadá ayudaba a los cazadores a pasar el invierno.
El libro se centra en el arte de
los inuit y principalmente en el comercio de éste. Es necesario señalar el
comercio de tallas inuit que comienza a desarrollarse gracias a la intervención
del autor ante la Liga Canadiense de Artes Aplicadas, una organización sin
ánimo de lucro que acuerda con la Compañía de la Bahía de Hudson un sistema de
recibos por el cual Houston podía escribir la cantidad que se debía entregar
por la talla al artista, quien podía a su vez, comprar por el valor del recibo
en cualquier puesto de la Compañía.
Aquella gente se acostumbró a
comerciar con las esculturas y a obtener honestamente los bienes que les
reportaban. Esto constituía un nuevo modelo económico. Aun así, no sabían qué
era el dinero, no le veían utilidad ninguna. La forma de comercio, por ejemplo
en el ámbito del arte, era cambiar una forma de arte (una talla) por otra cosa,
es decir, el trueque.
James Houston señala en el libro
como una de las actividades más importantes de la organización económica y
también de ocio, la caza de las morsas. Para ello utilizan los rifles, con los
que les disparan a la cabeza.
Respecto al consumo: la comida
tradicional es el pescado crudo, limpiado previamente, que se corta
transversalmente. También comen carne, sobre todo de caribú, pues principalmente son
cazadores. Otras comidas usuales son galletas cuadradas y latas de carne de
vaca.
Si han tenido suerte y son habilidosos
en la caza de pájaros, pueden comer perdices nivales, gaviotas argentinas o en
el caso de la pesca, truchas de lago. Nunca comen fruta ni verdura y los huevos
de éider son escasos, aun así, son gente fuerte y saludable. Como aderezo
tienen la sangre de foca recién matada llevada a hervor.
Con respecto a la personalidad de
este pueblo, son tan amigables que, según cuenta el autor, cuando llegó y entró
en una de las tiendas, uno de los presentes le pasó un brazo por los hombros y
otro hizo lo mismo desde el otro lado. Son gente hospitalaria.
En referencia a las viviendas,
sus tiendas son ovaladas, aunque también construyen iglúes. Los iglúes más
grandes disponen de porches que impiden la entrada de ráfagas de viento,
otro para almacenar la carne, uno de entrada y además, una ventana de
hielo.
En cuanto a la convivencia en el
campamento, compartir es una palabra muy importante para los inuit. Hacer
algo por uno mismo no está visto como un comportamiento adecuado y si uno de
los habitantes triunfa, todos deben hacerlo. El Ártico es un lugar de
recogimiento, las personas y las familias aunque vivan a gran distancia, se
consideran amigos íntimos, integrantes de una gran familia que va a compartir
todo.
Sus normas de cortesía son
diferentes. Un inuit no tiene por qué llamar a la puerta, simplemente puede
pasar a la casa y una vez dentro, resoplar o toser para anunciar su
presencia. Otra costumbre es la de caminar en fila, no en el sentido
estricto, pero sí al menos no al lado de la otra persona. Aunque pudiera
parecer curioso, en realidad el sentido es totalmente práctico, por cuanto que
al andar a través del hielo fino, éste se puede romper por el excesivo peso.
De gran relevancia en sus vidas
son los perros. Éstos no son mascotas, pues una manada de perros que esté
furiosa se lanzará sobre una persona que se haya caído y podrá, incluso,
matarla.
En cuestión de matrimonio, los
inuit no tienen restricciones sexuales de ningún tipo. Aunque los misioneros
trataron de imponérselas, han tenido el mismo éxito que el que tienen en
nuestra civilización. Los adolescentes pueden huir y ocultarse juntos, tienen
total libertad para hacer lo que quieran con el resto de jóvenes. El sexo no
supone ningún problema.
Acerca de la vestimenta, podemos
decir que esta comunidad se caracteriza por que hombres y mujeres, jóvenes y
viejos, todos van vestidos con botas de piel de foca, hasta las rodillas,
pantalones de caribú y calcetines de lana gruesa. Cuando salen al exterior
suelen llevar parkas de lona, una tela parecida a la de sus tiendas y guantes
de piel de foca.
En cuanto a su cultura, de los
mitos y leyendas inuit puede decirse que son historias cortas y dramáticas.
Hablan de las maravillas de las islas del mar, del cielo o del nacimiento, del
amor, de la vejez, de la caza y reparto de la carne, de la poligamia, de la
violación, del asesinato, de la muerte…
Por otra parte, los sueños
desempeñan un papel importante en sus vidas y por ello, se han esforzado
siempre en interpretarlos. Por ejemplo, los sueños con osos blancos tienen
connotaciones sexuales, los de comadrejas sugieren problemas y en los que
aparecen pájaros se predicen tormentas. Cabe señalar que creen que el sueño
(dormir) es algo similar a la muerte y por tanto, los durmientes no deben ser
molestados.
La religión que ha persistido es
la chamanística. Es una religión sin sacerdocio, sin palabra escrita, sin jefe
de la Iglesia, sin capillas ni cepillos. Esta religión se basa en que una
persona enseña su arte a un aprendiz y gracias a ello, perdurará y servirá a
las futuras generaciones para seguir manteniendo su contenido.
Los enterramientos son en la
superficie. Los inuit construyen las tumbas apilando piedras pesadas que cubren
el cuerpo. Las piedras mantienen alejados a los animales y hacen que el cuerpo
se hunda, ya que estas comunidades creen que un cuerpo que esté bien enterrado
no podrá levantarse ni caminar para aterrorizar a nadie.
Y esto es más o menos lo que
cuenta el libro. Es verdad que me he extendido un poco, pero releyendo mi
trabajo me he dado cuenta de detalles que en esta segunda lectura había pasado
por alto. De todas formas, hará las delicias de los que les gusten estas narraciones de hechos reales
en lugares inhóspitos y fascinantes de nuestro planeta como es en este caso, el
Ártico.
La lectura del libro ha sido muy
amena, no es el típico libro puramente científico que sólo se fija en los
aspectos formales, en este caso de las diferentes sociedades. El modo de
escribir del autor en forma de novela me ha proporcionado momentos gratos de
historias personales y de costumbres curiosas.
Es, por tanto, que lo recomiendo
a los amantes de los relatos realistas de aventuras, de memorias que se adentran
en el corazón de un pueblo y en general, a los que les gusta la antropología.
Un saludo y a leer, que hace
frío.
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