Buenos días. Viernes, víspera de fin de semana.
Estoy muy contenta de volver por aquí a reseñar un nuevo libro de nuestro querido Touré. Vamos ya por el sexto.
Nuestro detective burkinés está lejos de Bilbao. Se ha ido a Orbe, un pueblo del Pirineo navarro para alejarse de todas las desgracias y la persecución que ha sufrido en San Francisco.
En este nuevo enclave, Mahamoud trabaja como ayudante de un pastor y aunque perseguía tener un mejor nivel de vida, lo cierto es que el miserable Julián apenas le paga unos cuantos euros de vez en cuando. Touré tiene que buscarse la vida por ahí recogiendo frutos de la naturaleza o pescando cangrejos en el río.
La vida en el campo se complica cuando el burro del vaquero Tomás aparece sin cabeza y el rudo hombre va en busca del detective para pedirle que investigue quién ha sido el culpable.
Touré se sorprende de este encargo porque creía que nadie conocía su pasado, pero resulta que es Adama, su amigo, el que ha corrido la voz de su oficio.
Adama es un senegalés que trabaja en la gasolinera del pueblo y que conoció en su trayecto en patera desde África a las costas españolas. Él es quien a veces le da de comer y el que le cuenta cosas del pueblo.
El burkinés intenta pasar desapercibido, trabaja en la borda de Julián y le hace tilín Idoia, la cajera del supermercado que lo trata tan bien. Al contrario que el resto de los comerciantes y orbetarras, que lo tratan como al negro muerto de hambre y sin papeles con el que hay que andarse con ojo.
Pero la tranquilidad dura poco mientras realiza las averiguaciones del caso del burro y después de un incidente con el cura del pueblo y el alguacil y la desaparición de varios corderos, Touré se ve abocado a cometer ciertos actos inmorales y delictivos para poder salir del fango en el que se ha metido.
Como dicen en la sinopsis, un rural noir en el que el detective prueba suerte en el campo y descubre que es un mundo lleno de inquinas, recelos, envidias y venganzas. Harto de la ciudad se ha marchado al mundo rural, sin embargo allí acaba decepcionado y pensando otra vez en la vida urbana.
De nuevo, otra aventura de mi burkinés vidente-detective favorito. Esta vez alejado de las garras de la policía y la indiferencia urbana, pero sumergido en el oscuro mundo de los pueblos y sus tejemanejes. Ya lo dice el refrán: Pueblo pequeño, infierno grande.
Una dosis de humildad, de inocencia, pero también de astucia y supervivencia, como acostumbra Jon Arretxe a crear estas historias llenas de cercanía y que nos dan un baño de realidad.
Continuamos acompañando a este africano tan singular en la búsqueda de una mejor vida y ya en la siguiente reseña iremos a por la séptima entrega. Os recomiendo esta serie que podéis leer de forma independiente pero que es mejor empezar desde 19 cámaras, reseñado en el blog.
Un saludo y feliz finde.
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