PYONGYANG. GUY DELISLE. Editorial Astiberri. 2009.
Hoy vengo con una reseña muy interesante.
Este título es una novela gráfica de un escritor canadiense que ha viajado por toda Europa y actualmente vive en Francia.
En este libro narra sus andanzas en la capital de Corea del Norte durante su estancia allí por motivos de trabajo. Era supervisor de series de dibujos animados para la televisión francesa en unos estudios situados en la ciudad.
La historia es muy amena y en ella se pueden leer (y ver) los detalles particulares, excéntricos y muy estrictos de ese país.
Detalles como que solo hay unos cuatro hoteles más o menos en toda la ciudad para extranjeros, los cuales tienen en funcionamiento solo una única planta que cuenta con electricidad. En el caso de que vengan extranjeros ante los que hay que aparentar se abren más espacios, se trae más comida y se ponen en marcha más servicios de los hoteles.
Los extranjeros (da igual su nacionalidad) no pueden ir nunca sin la compañía de un traductor y un guía. Ni que decir tiene que oficialmente no se permiten ciudadanos estadounidenses, aunque hacen la vista gorda si pagan unos cuantos miles de dolares más.
No hay cafeterías o restaurantes en la calle, a excepción de los hoteles. Los centros comerciales son escasos y sus tiendas son de productos específicos fabricados en serie y muy limitados como los zapatos, o proceden de Corea del Sur (con la procedencia borrada) como algunos alimentos.
Pero en su mayoría, los alimentos proceden de la ayuda humanitaria, distribuidas por las ONGs que tienen sus sedes en un barrio apartado y cercado de Pyongyang. Médicos Sin Fronteras decidió abandonar el país cuando se percató de que gran parte de los alimentos los administraba el régimen según su interés.
No llegan películas, excepto algunas que permite el régimen que llegan desde fuera o las que se realizan allí que siempre tienen como tema central a Kim Il-sung, Kim Jong-il, Kim Jong-un, el régimen, la lucha contra el enemigo (Japón o EE.UU.), lanzamiento de misiles...
Los extranjeros no pueden llevar radios, aunque allí solo hay una cadena de radio, que siempre da publicidad del régimen, la lucha para hacer frente a los enemigos americanos, música repetitiva...
Tampoco hay conexión a Internet, excepto en algunos ordenadores que necesitan los extranjeros y bajo una buena justificación.
Apenas tienen edificios culturales. Guy relata cómo va a visitar unos cuantos museos en los que hay regalos que les han hecho diferentes países del mundo a los dirigentes del régimen.
En todos los edificios que visita, incluyendo un polideportivo enorme en el que supuestamente iban a ver Kick Boxing y resulta que no están los deportistas por ninguna parte, hay una señorita vestida de uniforme que les indica las maravillosas dimensiones y servicios que ofrece el edificio. Así como la visita de alguno de los dirigentes al complejo en algún momento de la historia y una alabanza hacia el régimen.
No hay tráfico, las autopistas de cuatro hasta ocho carriles están vacías, no se ve a nadie por la calle, excepto si hay "voluntarios" trabajando en jardines o donde hay vegetación, por lo que las calles están impolutas.
Las mujeres no pueden ir en bici (aunque no parecen existir las bicis, porque según Delisle, él pide varias veces una, pero nunca se la dan), solo en triciclo.
Los extranjeros solo pueden viajar en taxi con su guía, los ciudadanos no pueden ir en coche a partir de unas horas excepto los guías o traductores si van acompañados de un extranjero.
Existe un metro en esta ciudad que es como Las Vegas subterráneo, porque es un espacio grandísimo con muchas luces, y un búnker con mucha ostentación, aunque el autor duda de la buena articulación y funcionamiento, porque dice que no ha conocido a nadie que haya ido más allá de dos paradas.
En una especie de universidad que visita, hay chicas aprendiendo a tocar instrumentos con una sonrisa artificial en la cara, puesto que les obligan a sonreír si hay extranjeros... También se encuentra allí a algunos chicos que parecen muy inteligentes y que vienen de familias pobres y campesinas. Parece ser que han llegado hasta allí porque sus padres y familia son chivatos del régimen.
Todos los norcoreanos deben llevar una insignia con algún dirigente del régimen y por supuesto, todos los lugares (excepto los baños) tienen un retrato del o de los dirigentes (padre e hijo) que están colocados en un cuadro con un fondo mayor en la parte de arriba para que el retrato quede mirando hacia abajo e intimide más.
De la libertad de expresión, mejor no hablar. Los foráneos deben tener mucho cuidado con lo que dicen acerca del régimen. También los ciudadanos deben estar ojo avizor, porque por un chivatazo o una palabra mal dicha pueden ser enviados junto con su familia a campos de Reeducación.
Por último, resaltar una apreciación que hace el historietista. Delisle se pregunta en algún momento (mirando a su traductor) si aquello que repiten sobre el régimen (las constantes alabanzas, las reverencias a las estatuas y retratos...) de verdad se lo creen o es una fachada para seguir viviendo.
Yo también me pregunto esto, como también que después de tantos años de tiranía, por qué ningún país (entre ellos EE.UU.) ha querido intervenir para derrotar al régimen y que el país sea libre.
Una de las razones que da el autor es que por ejemplo, Corea del Sur no quiere entrometerse porque muchos de los ciudadanos que quedarían libres y sin trabajo tendrían que ser acogidos por ellos. China también está en esa línea, puesto que los civiles norcoreanos no tendrían nada que hacer en un país casi abandonado y sin recursos para sobrevivir (sí tiene, sin embargo, muchos recursos armamentísticos).
Y sin más, os dejo. No sin antes decir que lo recomiendo a cualquiera que sea curioso y quiera saber cómo es más o menos, puesto que este libro está visto desde los ojos de un extranjero que poco puede advertir o hacer allí, la vida en uno de los pocos países aislados y más estrictos del mundo.
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